domingo, 29 de abril de 2012

Sobre la desfachatez

Que la desfachatez del homo politicus no tiene límites es una opinión ampliamente compartida que él mismo se encarga todos los días de alimentar. 

Estoy convencida de que salvar la gravedad de la  situación de España requiere que políticos, agentes económicos y sociales y  ciudadanos cooperemos unos con otros con lealtad, generosidad y amplitud de miras. Lamentablemente ni el PSOE en la actual legislatura ni el PP en la anterior han mostrado ninguna de ambas cualidades, lo que ha ayudado a gestar una profunda y peligrosísima crisis institucional que favorece el linchamiento permanente de jueces, Administración, colectivos completos de profesionales, sindicatos… Todo objetivo es válido para la crítica sectaria, nada ni nadie se salva de ella. Todo problema es culpa de otro. La crítica sectaria y la búsqueda de culpables fueron las líneas argumentales que escuchamos en el debate sobre los presupuestos. Un horror.

Mientras el homo politicus se enreda en sus cosas, se va escenificando a la perfección la doctrina del shock. La gravedad de la situación financiera de un país acosado por la desconfianza de los mercados, ahogado por la rigidez de los pactos adoptados en Europa y enfangado en una gravísima crisis da alas al Gobierno para  hacer y deshacer a su antojo. El PP percibe que la mayoría absoluta lograda en las urnas es un cheque en blanco y no un castigo a ZP o la consecuencia de un sistema electoral profundamente injusto que impide alternativas políticas reales.

Desde luego, la situación es, efectivamente, muy grave y obliga a poner orden en las cuentas públicas, eliminar derroches e ineficiencias y evaluar políticas e inversiones. Pero no justifica el hecho de que, amparándose en las “mentiras” del PSOE sobre el déficit del año pasado, el mandato de los mercados y la dominancia de Merkel, toda la acción del gobierno consista en sustituir política por contabilidad sin que se aborden con igual ímpetu políticas o medidas de estímulo a una economía, a un país, que se ahoga.

Antes de llegar al Gobierno el Sr. Rajoy ya sabía (y así lo dijo en repetidas ocasiones) que el déficit superaría las previsiones de ZP y, por tanto su proyecto político debió prever qué medidas tendría que adoptar y, desde luego, qué políticas y objetivos guiarían su acción de gobierno.

Durante estos meses, su trepidante acción de gobierno se ha centrado en reformas anunciadas (la de los sistemas financiero, laboral, estabilidad presupuestaria), y medidas de financiación que fueron objeto de su explícito rechazo (subida de impuestos) pero hasta ahora seguimos desconociendo qué proyecto político y económico tiene el Sr. Rajoy, seguramente porque no lo tiene.

Me pregunto, sin encontrar respuesta, si alguien está pensando en a qué podría dedicarse España los próximos años para recuperar el crecimiento y qué debemos hacer para lograrlo. ¿Convendría apostar por sectores de alta tecnología, por la industria agroalimentaria, por la hostelería común? ¿Nos permitirá la bajada de los costes laborales recuperar industrias deslocalizadas? ¿Cómo? ¿Precisarán las futuras actividades económicas una población más educada y mejor formada? De ser así, ¿qué cualificaciones, qué titulaciones y certificados deberían potenciar el sistema educativo y la formación para el empleo?. Espero que la respuesta a estas preguntas no se agote en ese único e increíble proyecto que Madrid quiere perpetrar bajo el nombre Eurovegas que propone un modelo de negocio que, además de ser más de lo mismo, viene demostrando no ser rentable.

Algo que aprendimos con los gobiernos de Aznar es la importancia de tener un plan país. Al margen de otras consideraciones y de sus resultados, Aznar logró convertir la construcción  en un boom económico porque apostó por ello y creó las condiciones necesarias para que se produjera: legisló la liberalización del suelo, dijo sí al Euro y nos convirtió en un país seguro para los capitales europeos, abrió las fronteras a la mano de obra extranjera poco cualificada, invirtió en infraestructuras, AVEs de todos los pelajes, aeropuertos, pasó de puntillas por el negocio de la corrupción… Una intensa tarea que continuó con entusiasmo ZP. Sin embargo ni él, ni antes Aznar,  se preocuparon de valorar las consecuencias del monocultivo económico, ni elaboraron  una estrategia alternativa para el país que nos permitiese invertir los beneficios del boom en construir el futuro. La Ley de Economía Sostenible, la preparación de un nuevo modelo de crecimiento, llegó tarde, sin contenido, sin consenso político ni social y no como anticipación sino como reacción  a la crisis.

Como no hay viento favorable para quien no sabe a dónde va, no soy capaz de percibir con claridad que nos aportará, además del crecimiento del desempleo, la reforma laboral, en qué nos beneficiará como país la futura reforma de la educación o cualquier otra reforma que se emprenda. Me explico:

Expansión publicaba esta semana que la Ministra Báñez, en la Sesión de control del Senado del 24 de abril, acusó al PSOE de propiciar 3,6 millones de despidos durante su mandato y le culpó, además, de que 2 millones de jóvenes de entre 19 y 29 años no tengan ni empleo ni formación, porque abandonaron los estudios para dedicarse a actividades intensivas en mano de obra como la construcción. La desfachatez del homo politicus no tiene límites. A veces mi indignación tampoco. ¿Ha propiciado la Ministra Báñez la destrucción de los 374.300 empleos que se han perdido entre enero y marzo?

Acusaciones  demasiado gruesas, triperas y manipuladoras, sobre todo tratándose de una Ministra del PP ya que, además, dan a entender que antes del primer gobierno de ZP en 2004 solo había, cómo antes del Génesis, oscuridad y caos.

Pero los hechos son que, en esa fecha, ya llevaba años lanzado el modelo económico basado en la construcción, se habían generado el boom y la burbuja, estaban en marcha innumerables proyectos inmobiliarios a lo largo y ancho del país, y las competencias urbanísticas las ejercían Comunidades Autónomas y Ayuntamientos de todo signo político.

También a esta fecha, las fronteras, llevaban años abiertas sin demasiados problemas a la entrada de la mano de obra extranjera que hoy nutre, junto con la española, las largas colas del desempleo.
Además, en ese año 2004, estaban ya disparadas las tasas de abandono escolar como consecuencia de la contratación de miles de jóvenes (baratos y sin cualificar) para trabajar en la construcción. Según los datos, por cierto, alcanzó sus más altas tasas en 2003 y 2004. Digamos pues, que las culpas pueden repartírselas los  gobiernos del PP y del PSOE.

Así que, en vez de echarse la culpa, los políticos podrían dedicarse a compartirla y,sobre todo,  a trabajar en clave de futuro elaborando un plan país para España que evitar cosas como:

La pésima política de abaratar el despido  sin desarrollar paralelamente una política económica e industrial que empiece a generar actividad económica y empleo. En el primer trimestre del año han desaparecido 374.300 puestos de trabajo y se ha acelerado la destrucción de empleo. ¿Tiene sentido esta reforma laboral ahora? ¿Es tan urgente  abaratar al despido? ¿Es tan imprescindible rebajar derechos y dejar a miles de trabajadores en la calle y sin posibilidad real de encontrara un nuevo empleo?. ¿Es una política de empleo la que simplemente lo destruye?. En 2008 la “horrenda” legislación laboral que teníamos no impidió que la tasa de desempleo se situase en valores medios europeos. Tal vez la razón última de esta reforma no haya sido, como se ha dicho, favorecer la creación de empleo cuando empiece la recuperación (habría bastado con hacerla entonces) si no facilitar al Estado el deshacerse de miles de empleados, de ahí la urgencia.
Y, sobre el fracaso escolar del que se culpa al Gobierno anterior, ya he señalado que las mayores tasas se dieron los años 2003 y 2004, es decir, que la culpa correspondería a Aznar tanto como a ZP. Bueno, no tanto, porque en los dos últimos años el fracaso escolar se ha reducido en 5 puntos (del 31,2% en 2009 al 26.3% en 2011) gracias a los altos índices de desempleo. Y, por cierto, hay que recordar también que durante los años del boom, ni los partidos políticos (tampoco el PP) ni los empresarios estructuraron discurso alguno acerca de lo que estaba fraguándose con la contratación masiva de jóvenes sin cualificación. El debate sobre la educación, eso sí, se ha centrado en temas como religión (si/no), educación para la ciudadanía (si/no), enseñanza en castellano (sí sin peros/ si con peros), la autoridad del profesorado y evitado los realmente trascendentales como la conveniencia de apostar (o no) por la educación pública, por los idiomas, las tecnologías, las ciencias o el profesorado o demandar, como sistema, un plan estratégico o plan país sobre el que poder construir los objetivos de la educación. ¿Merece la pena abordar una próxima reforma educativa de gran calado sin saber a qué objetivos debe servir la educación exactamente?

La desfachatez y el descaro no tienen límites. Creo que la Sra. Báñez debería abstenerse de esa clase de declaraciones y ponerse a dialogar y a trabajar con el resto de los partidos y agentes económicos y sociales para encontrar soluciones a este desastre. Y, ya que apela tanto a la productividad del trabajo de los demás, por favor, que se aplique el cuento ella también. 

jueves, 19 de enero de 2012

El señor W.

El salón, bastante amplio, estaba decorado con muebles antiguos y un par de vitrinas que contenían figuras de marfil. El viejo señor W. se había sentado en un amplio sillón de color azul cobalto. Era un hombre de estatura más bien baja y rostro afilado cruzado por un gran bigote blanco. Apoyaba la cabeza sobre un par de cojines pequeños, uno de los cuales se caía detrás del sofá cada vez que la movía. Me levanté varias veces a recogerlo.

Cuando nos sentamos a charlar ya había anochecido y la luz de las lámparas se perdía entre la lana de las alfombras y el frente de madera que enmarcaba la chimenea.

El señor W. tenía una expresión amable y orgullosa a la vez. Me pareció uno de esos hombres que, bajo la seguridad que confiere el saberse dueño de un fuerte encanto personal, escondía un carácter duro y difícil. Su encanto de hombre anciano, viajado y repleto de experiencias quedaba subrayado por un no disimulado acento francés. Tuve la impresión, no sólo de que no había querido perderlo nunca, sino de que lo había conservado con el mismo esmero con el que conservaba su colección de figuras de marfil.

El señor W. había sido anticuario y, aunque siempre me han gustado las antigüedades, los muebles, las figuras de marfil y las tallas que había por la casa no me atraían especialmente. El conjunto, sin embargo, daba a la habitación, como al propio señor W., un cierto encanto, una especie de difícil equilibrio entre el sueño de los viejos materiales y el orgullo de lo exclusivo, esa suerte de lujosa displicencia del que apunta su valor a base de una estudiada humildad.

Me sentía a gusto charlando con el señor W. La señora W., una mujer simpática, cuyo aire despistado despedía un hálito sensual como consecuencia, creo, de sus pechos inmensos y bamboleantes y unas enormes y redondas caderas, se había ido a la cocina buscando unas gafas que no encontraba. V y D, dos de los hijos, todos varones, del matrimonio, estaban en algún lugar de la casa. D recababa algunos objetos para trasladarlos al piso que acababa de alquilar y V se había ido a dormir un rato.

La noche anterior, la noche en la que yo había llegado a Barcelona, V había hecho una fiesta. El día siguiente, ese día, lo habíamos pasado en compañía de unos amigos suyos paseando por el barrio gótico y se sentía agotado. Así fue como yo me senté a solas con el señor W. esperando con expectación las entradas esporádicas de D en el salón. Y, es que D me había producido una fuerte atracción desde el mismo momento en que, recién llegada a la casa, fuimos presentados.

D no era un hombre al que pudiéramos calificar como guapo. Ni siquiera tenía una de esas estaturas que pueden llegar a suplir, en los hombres, la belleza de los rasgos. Tenía, eso sí, unos ojos de expresión divertida, una mirada irónica realzada por sus labios severos y el riguroso clasicismo de su ropa.

El señor W. comenzó a hablar de los hombres y de las mujeres. Me preguntó si tenía novio. Me preguntó a continuación que porqué no lo tenía para, a renglón seguido, lanzar alguna elucubración sobre las crecientes dificultades de las relaciones de pareja. Me contó que durante su juventud había sido jugador de fútbol en Bélgica, su país de origen. Por eso, me explicó, tenía esa cojera en la que sin duda me habría fijado.

Me contó que había sido un hombre atractivo, objeto del interés de las mujeres, de muchas y hermosas mujeres que tenían la mala costumbre de presentarse en el estupendo restaurante parisino que frecuentaba por aquel entonces donde siempre tenía mesa reservada. Aquellas hermosas mujeres, llevadas por su interés hacia aquel joven tan atractivo, llegaban incluso a sentarse en esa mesa sin ser invitadas, de manera que el joven señor W. llegó incluso a dar instrucciones al maitre para que las impidiera llegar hasta ella.

El señor W. me contó que nunca quiso casarse, aunque no me contó cómo llegó a hacerlo. Me informó de que las relaciones perfectas no existen, como no existen tampoco las personas perfectas ni, desde luego, la pareja, hombre o mujer, perfecta. Pensé automáticamente en las redondas caderas de la señora W., en sus labios despistados. Que las mujeres no son perfectas, continuó el señor W., lo demostraba el hecho de que, tras la primera noche, a la mañana siguiente, se podía llegar incluso a percibir en ellas un leve, levísimo, olor a pies. “Tú, me dijo, habrás experimentado esa sensación seguramente con los hombres con los que, sin duda, ya te habrás acostado”.

Sonreí, D acaba de entrar en el salón. Me pregunté si habría heredado el fino olfato de su padre y si, también él, sería capaz de percibir ese levísimo olor a pies que acababa de ser conjurado. Se sentó a mi lado y me mostró un pequeño cilindro de plata. En su interior contenía las tablas de la ley mosaica que, me explicó, los judíos acostumbran a colocar inclinado sobre la puerta de entrada de las casas. El cilindro tenía el suavísimo y frío tacto de los metales bien pulidos.

El señor W. continuó su charla cuando D salió del salón. Sí, la relación perfecta no existe. Hay que renunciar a muchas cosas, a muchas tentaciones, demasiadas, sobre todo porque si tú no lo haces tu pareja puede encontrar una excusa para caer en las suyas propias y eso no le gusta a nadie.

Hablaba con la cabeza sobre los pequeños cojines, pero, más que apoyarla, lograba, gracias a ellos, inclinarla en un ángulo arrogante. De repente levantó del suelo una pierna, me informó que dolorida, y la dobló apoyando el pie sobre el extremo de la mesa de centro que teníamos delante.

Él, desde luego, había sido joven y, suponía que como yo, había experimentado momentos de plenitud. Le gustaba, me decía, charlar con gente joven. De hecho, pensaba el señor W., tenía un cierto atractivo para ella. “Te voy a contar, dijo, una cosa que no sabe nadie, así que guárdame el secreto".

“Durante los últimos años que tuve la tienda de Cadaqués, local que aún conservo, entró en ella un día una japonesita, una de esas que parecen porcelanas. Tendría unos 25 años. Se sentó en un sofá que había y se puso a hablar conmigo. Al cabo de un rato se estiró sobre el sofá y se descalzó. Yo no sabía qué hacer con aquella preciosa japonesita. No sabía como quitármela de en medio”.

Casi no pude evitar que se me escapara un agrio “lo más fácil hubiera sido romper la porcelana, señor W.”. Cerré a tiempo los labios en una sonrisa que dirigí a la señora W. que en ese momento entraba en el salón con las gafas al fin encontradas para sentarse en el sofá.

La miré con más detenimiento de lo que lo había hecho antes. Tal vez su boca fuera despistada, pero sus ojos no acompañaban esa sensación. Recordé una foto en la que me había fijado por la mañana. La señora W., tal vez quince años atrás, rodeada por sus cuatro hijos y su marido. Los hijos muy jóvenes, casi niños, miraban al objetivo y un señor W. ya muy maduro, tocado con una gorra blanca que le cruzaba la frente en paralelo al bigote ya blanco también, clavaba su mirada orgullosa en el objetivo de la cámara. La señora W. era la única del grupo que había desviado la suya.

D entró de nuevo en el salón. Era un hombre atractivo, de eso no había duda. Un hombre de ojos encantadores y boca severa. Se despidió de sus padres con un gesto de la mano y se despidió de mí con un cálido abrazo que me hizo sentir bien hasta que, de repende, volví a presuntarme si D tendría el mismo fino olfato de su padre. Me zafé del abrazo, suavemente pero con rapidez. La cercanía me asustó.

martes, 17 de enero de 2012

Presumir: verbo in/transitivo + adjetivo

Presumo, dado que la foto muestra que sujeta el libro al derecho, que Camps presume de saber leer.

Presumo que, aunque presuma de su pasión por la lectura leyendo durante su juicio, Camps siente un profundo respeto por las instituciones y procedimientos públicos.

Presumo, por lo que está dando de sí su vestuario, que Camps es presumido.

Presumo, viéndolo al volante del Ferrari, que Camps es uno de esos hombres de buen gusto y modales discretos que nuestro país puede presumir de producir en abundancia.

Presumo, dado el estado en el que ha dejado las cuentas de la Generalitat, que Camps no puede presumir de saber sumar ni restar.

miércoles, 11 de enero de 2012

The Artist: no hay peor enemigo que uno mismo

El sábado fui a ver la película The Artist. Me entusiasmó pese a que suelo ser reticente a todo aquello que fanatiza a la crítica y los medios de comunicación corean hasta el empalago.

The Artist es la conmovedora historia de un actor prisionero de su orgullo y de una muchacha que ve cumplidos sus sueños. Es una historia clásica de amor, de traición y de lealtad contada con tal sencillez y simpatía que el espectador queda atrapado en ella. The Artist huye de la artificiosidad que, a primera vista, podría sugerir el recurso al cine mudo. Todo lo contrario. El que se haya rodado como una película muda es un recurso narrativo que potencia el sentido de la historia. Por todo ello, y no porque sea muda, The Artist es brillante.

Confieso, además, que adoro el blanco y negro de las viejas películas.






El elenco de actores es magnífico. Cada uno de ellos ha conseguido imprimir a su personaje toda la fuerza que requiere dar vida a arquetipos. El cautivador prisionero de sí mismo George Valentin, la irresistible enamorada Peppy Miller, el leal Clifton o el traídor Al Zimmer forman parte de esa constelación de personajes que comparten su destino en los buenos cuentos.

Un cuento de amor, traición y lealtad.

Y, sobre todo, una buena historia acerca de que no hay peor enemigo que uno mismo.


martes, 3 de enero de 2012

La religión del esfuerzo

Leo que José Ignacio Wert, ministro de Educación, Cultura y Deporte, ha hecho alguna alusión a la cultura del esfuerzo.  Para ser más concretos, y hasta obvios, a lo que se ha referido es a la "pérdida de la cultura del esfuerzo".
               
La  cultura del esfuerzo … En realidad estaría bien que alguien definiese de una vez por todas en qué consiste la tan manoseada cultura del esfuerzo. O mejor aún, y por ser aquí también concretos y hasta obvios, estaría bien que se definiese dónde y cuándo se ha perdido y a quién se le ha perdido.

La cultura del esfuerzo tiene que ver con trabajar intensa y decididamente  para lograr un resultado determinado. Reúne, pues, las ideas de sacrificio y resultado, de sacrificio y recompensa. No sé si en algún momento, como sociedad, hemos  tenido o no esta cultura, pero su supuesta pérdida aparece ligada a unas partes de la sociedad más que  otras: a los malos estudiantes y al fracaso  escolar, a los mediocres que forman parte de ese grupo privilegiado de trabajadores de los sectores público y privado que acumula una serie de derechos que imprimen a nuestro mercado de trabajo una extraordinaria rigidez y dualidad que hacen de la reforma laboral prioridad de prioridades.

Aparece demasiado ligada, pues, a la escasez de talento, iniciativa y sacrificio de una sola parte del mercado de trabajo: los trabajadores. No se hace sin embargo tanto esfuerzo (parece un mal chiste) por dilucidar el papel que ha jugado en esa pérdida la otra parte del mercado  de trabajo, la empresa. Sin entrar a juzgar sus propios talento e iniciativa (cuestionables a la vista de la elevada tasa de fracaso empresarial) también la empresa ha perdido esa cultura. Son muchos los trabajadores jóvenes y adultos que con esfuerzo, con sacrificio, han logrado una o más licenciaturas, hablan dos o más idiomas, quieren y saben trabajar, y, sin embargo, raramente reciben la recompensa de un trabajo no precario y dignamente pagado y la oportunidad de progresar profesionalmente, es decir, de ver valorado su esfuerzo.


Estamos en tiempos de revisar muchas ideas, de recuperar algunos valores y de construir otros nuevos. Son también tiempos de asumir responsabilidades. Construir o reconstruir una cultura del esfuerzo es responsabilidad de toda la sociedad. Construir o reconstruir una cultura del esfuerzo en el trabajo es tarea, necesariamente conjunta, de las empresas y de los trabajadores. Es hora ya de compartir la religión del sacrificio y su recompensa.


lunes, 2 de enero de 2012

Mejor con limón

Sí, para empezar este año, mejor con limón.

Además de ser antibacteriano, el limón reduce la presión arterial y el colesterol. Tiene vitaminas C y B, magnesio y fósforo y muchísimas otras cosas. El limón es también un potente desengrasante. Por ello aparece con frecuencia en dietas y curas de adelgazamiento y figura entre los componentes de los detergentes anti-grasa.

Quizá por eso, el anuncio de las primeras medidas dietéticas del gobierno haya coincidido con la feliz navidad y el próspero año nuevo.


Velando por la salud del pueblo, luchando contra su deseo de gastar en comidas y cenas opíparas y contra su loca ansiedad por tirarse a la calle a consumir y engrasar la economía, se decreta una cura de adelgazamiento casi tan severa como la de savia y limón. Para las adiposidades más resistentes y otros caprichos del vivir, se reservan curas más rigurosas e incluso se prometen chorretones de buen detergente.

Por eso, para empezar este año, mejor tomarlo con limón.